El desierto, esa parte de nuestro planeta casi olvidada. Palabra con la que nos referimos coloquialmente hablando cuando queremos expresar que algo se nos hace pesado, monótono o aburrido.
Sin embargo, el desierto es mucho más que dunas de arena y oasis lejanos; pero para ver y entender el diserto hay que saber mirarlo arrancándose los ojos de la simpleza, sólo así se puede captar su enorme belleza, sólo así se puede sentir su llamada. Para mí, el desierto es ese lugar donde te encuentras a ti mismo, lejos de todo lo confortable que te rodea, donde te puedes mirar cara a cara, donde encontrar reflejada la profundidad de tu alma, porque en el fondo, cada uno lleva su propio desierto, y son muchas las veces en la vida en las que nos vemos forzados a enfrentarnos a él.
Yo llegué a mi desierto hace unos meses, con las manos vacías y la mochila descargada, para intentar partir de cero. A penas empecé a transitar por él, pero aunque es cierto que se hace fatigoso el avanzar , me voy sorprendiendo de cada descubrimiento que hallo en el camino, descubrimientos profundos que me llevan a una confrontación constante que me hacen pensar y reflexionar, y que en definitiva, me invitan a seguir avanzando.
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