Este domingo tuve el placer de conocer, a través de la radio argentina on line, a la cantante del folclore argentino, Teresa Parodi. Como ya sabéis que los cantautores argentinos son mi predilección, pues estoy haciendo un acercamiento hacia la obra de esta cantante.

Aquí os dejo una canción que me deleitó titulada "La Abuela Emilia".

¿Quien no ha echado de menos a alguien alguna vez?


Veo pasar el tren atestado de gente, cada mañana el mismo tren. Y me pregunto quiénes serán, a dónde irán, qué clase de vida llevarán, pero sobre todo, la misma pregunta que últimamente me hago tanto, ¿serán felices?. Observo a la gente que me rodea, por la calle, en el trabajo, en la parada del autobús, en el supermercado, en las tiendas, personas ajenas a mí, e intento escudriñar en su rostro, ¿será este el rostro de la felicidad? ¿Son personas felices o frustradas?, muchos parecen acomodados en su rutina, resignados en sus vidas, pero igual son felices. ¿Por qué no tendrían que serlo?, ¿quién soy yo para juzgar la felicidad ajena...............?
Creo que la felicidad es algo que la mayoría de las personas no se atreve a preguntárselo a sí mismas. También creo que muchas veces damos por felicidad algo que realmente no lo es, algo que se le parece de lejos, comodidad, estabilidad, seguridad, dinero, poder; quizá eso sea lo más parecido a la felicidad que comúnmente conocemos.
Seguramente habrán tantos frustrados inconscientes ahí fuera, tantos sueños dejados, rotos, olvidados, tantas esperanzas que se quedaron en el camino de una vida......... La vida nos envuelve en ese frenético esquema, hijos, casa, trabajo y rutina, un día y otro día y otro más, hasta que al final ya no sabes si eres feliz o si lo fuiste, ya no tienes tiempo ni de preguntarte esas cosas infantiles, sólo resistes y luchas por sobrevivir.



Desde hace más de una hora, el trajín en la tienda es ensordecedor; siempre sobre estas horas de la tarde, las siete en punto en mi reloj, hay mucho barullo y se acumulan los clientes haciendo cola en la linea de cajas de la salida, pero sin duda, los días como hoy sábado, el cúmulo de gente hace que te retumben los oídos en un murmullo sordo y seco que reverbera en mi mente. Apenas doy a basto a reponer y a atender un sinfín de requerimientos orientando a las personas sobre el lugar exacto donde se encuentra aquello que buscan. Siempre bromeo diciendo que deberíamos repartir GpSs en la entrada.

De repente aquella pila de cajas verdes estorba allí, aunque esté arrinconada la gente sigue tropezando con ella incesablemente; es hora de retirarla, de sacarla fuera; me abro paso entre el barullo para llegar no sin esfuerzo al muelle de descarga y poder apilar aquellas cajas verdes inertes en un palet de envases vacíos para su posterior marcha. Y justo cuando llego a pisar aquel asfalto desgastado y polvoriento, donde se hace patente el día fuerte de la semana y el cúmulo de trabajo, justo en ese instante parece que todo se paralice, que el tiempo se detenga, que la calma lo envuelva todo; aún estando al lado del parking de los clientes todo a mi alrededor toma clima de sosiego y los oigo gorjear allí arriba, siempre están como esperando a que alguien se detenga a contemplarlos. Son los estorninos, unos adorables pájaros que nos acompañan a diario. Respiro hondo, pierdo mi vista en el horizonte, me dejo acurrucar por aquellas nubes grises que parecen amenazar lluvia, me dejo llevar por la paz del instante y todo mi ser se relaja, se libera de toda la tensión de las últimas horas, y ellos empiezan su baile deleitando a la mirada profunda, haciendola feliz por un momento; siempre vuelan en bandada, haciendo mágicas acrobacias sobre el firmamento, ofreciendo un auténtico espectáculo para la vista cansada, dibujando mil formas, sobrevolando toda la superficie. Y me dejo llevar por el paisaje, contemplando como el pueblo se alza en la ladera de la montaña, me dejo estremecer mientras respiro hondo, mientras encuentro mi calma en las horas duras de trabajo. Esos pajarillos y ese paisaje, hacen que valga la pena estar ahí en ese preciso instante, y el muelle de descarga se convierte en uno de mis rincones favoritos.


El toldo se mueve, el viento hace que sus minúsculas fibras compactas se enlairen en germinal movimiento que lentamente hace mecer esa tela amarillenta y anaranjada como asintiendo dócilmente al vaivén, al cual no opone resistencia, simplemente se deja llevar. Yo, desde mi cama me dejo hipnotizar por él mientras espero que la vigilia se apodere lentamente de mí y me lleve al mundo de Morfeo, en el cual espero dejar liberar mi mente, no pensar, no recordar, y que por una noche, solo una, me ofrezca una tregua. Sólo una noche, sólo esta noche. No pido soñar con hadas encantadas ni ninfas del bosque, ni con guerreros, ni eclipses de sol y luna, ni sueños teñidos de azules y amarillos; tan solo deseo descansar. Noto el fino cosquilleo del viento en mis brazos, fresca brisa de noche de luna llena, y lentamente, muy lentamente, mis párpados van cayendo y mi cuerpo relajado se sumerge en un estanque de agua cristalina, pronto dejaré de notar, de sentir, de escuchar; pronto Morfeo vendrá a por mí, y me transportará a ese mundo que algunos tildan de mágico, pero que yo me conformo con que sea un espacio alejado del mundanal ruido, un espacio donde poder recuperar la inocente imaginación perdida, donde la paz embriague el cuerpo atrofiado, con su sutileza, con su ternura y con sus alas grandes.



El tren hoy ha salido con cinco minutos de retraso, como cada tarde a las ocho y veinte estás sentada en uno de esos bancos de hierro que adornan la Estación del Norte. Eres una persona de costumbres fijas, siempre buscas un asiento cerca de la ventanilla, siempre en el vagón de cola.
El tren se pone en marcha y tú sacas tu mp3, ese compañero fiel que siempre te acompaña y que comparte hueco en la mochila junto algún libro. Vas observando el paisaje, siempre es el mismo pero tú descubres cosas nuevas muy a menudo, aunque lo recorras dos veces al día siempre lo encuentras interesante. Muy pronto encuentras tu momento favorito del día, la puesta de sol, y te sorprendes al mirar la hora, y darte cuenta de que ya va atardeciendo un poquito antes.



Respiras hondo mientras la música acaricia tus oídos y el sol se va escondiendo entre aquellas montañas de las que no sabes su nombre. Te lamentas al ver los primeros edificios de la cuidad de la próxima parada, porque te impiden ver el fin de una maravillosa puesta de sol. Te encantan los días como hoy cuando el sol es anaranjado y enorme, lo disfrutas con emoción y como siempre te quedas maravillada ante los misterios de la naturaleza al tiempo que te preguntas en que lugar del mundo exacto estará amaneciendo. La sensibilidad del momento te encanta, te estremece y te hace sentir realmente viva, y piensas que un paisaje, como es una puesta de sol, que sigue un curso cíclico y armonioso continuo, puede reportarte momentos de felicidad, qué sencillo es sentirse bien y como a veces se nos complica tanto.

El tren ha parado y como siempre la gente sale en manada, te sorprende la cantidad de gente que trabaja o estudia en Valencia y bajan allí. Muchos asientos quedan ahora libres, es un ritual que se repite día tras día. No has hablado nunca con todos aquellos pasajeros que como tú hacen el mismo trayecto en tren, pero conoces a muchos; son tus compañeros de viaje, gente que ves a diario, sabes exactamente donde suben y donde se apean del tren. A muchos de ellos les has imaginado y en algún caso adivinado sus profesiones y algo de su vida; el chico de los vaqueros azules que durante todo el verano has visto vestido igual y que sólo te sorprende cada día con el color de la camiseta. Te preguntas cuál se pondrá hoy, la pistacho, la naranja, la roja o la azul, no debe tener demasiado armario ropero pero tú lo encuentras interesante. También está sentada en tu mismo vagón la que llamas “la ejecutiva” con su aire de pija. Te encanta lo bien vestida que va, siempre arreglada pero con ese aire informal y juvenil que tanto admiras.


Y así son las historias de trenes, de gente que va y viene a diario, de gente anónima que comparte contigo cuarenta y cinco minutos de viaje, un día, y otro día y otro más, y dónde si falta alguien, de algún modo extraño se nota su ausencia.

Hacía frío aquella mañana en la capital, atrás habían quedado las intensas nevadas del último invierno. El rezagado febrero iba dejando paso a un marzo que tímidamente ofrecía los primeros rayos de sol.
Ibamos juntos andando dejando atrás la enorme fachada de la estación de Atocha, nos dirigíamos al Mueso Reina Sofía, e ibamos hablando tranquilamente del millón de cosas que acostumbramos a compartir. Pronto llegariamos a nuestro destino, pues la distancia entre la estación y el museo era más bien corta. Me encanta ir de museos con él, le apasiona el arte, y para una persona poco entendida como yo en ese área, tener a alguien al lado que te vaya mostrando ese fascinante camino es una sensación muy agradable, es como ir despertando a otros mundos, a otras facetas de nustra vida cotidiana. El pretende que yo "sienta" los cuadros, huye de explicaciones eruditas y clases magistrales, para ir mostrándome poco a poco lo que se escondé más allá de un lienzo, más allá del cuadro en sí, de la interpretación, despertando mi interés por ese arte que llaman abstracto, y que yo hasta antes de conocerle no llegaba a entender.

Nuestra caminata aunque corta está llena de matices que no escapan a la mirada profunda, que hacen que se percate de aquello que late alrededor y que tiene vida propia. Alrededor nuestro encontramos muchas personas que reparten folletos de publicidad, yo las ignoro, no les presto atención, la mirada profunda no se activa en ese preciso insntante, anda demasiado ocupada atendiendo la conversación y procurando que no la aroye un coche; en cambio él alarga la mano siempre que le ofrecen un folleto, sonríe e incluso da las gracias, acumulando tres o cuatro en la mano que sin tan siquiera echarles un vistazo, arroja en la primera papelera que encontramos en nuestro camino.

Esta vez la mirada profunda sí se percata de aquel gesto; le mira interrógativamente, ¿porque los cojerá si no le interesan?, - le interpela, le inquiere-.

Y su respuesta, una vez más, es una lección de la vida cotidiana y del día a día: "es su trabajo, si nosotros no les cogiéramos los folletos no terminarían de repartirlos, y ellos cobran por cada folleto que reparten, y a nosotros no nos cuesta nada extender la mano".

Una lección de empatía, de ponerse en el lugar de esas tantas personas que trabajan en la calle repartiendo propaganda, o en cualquier otro oficio; lidiando con los factores climáticos, expuestos a todas nuestras reacciones, a nuestros estados de ánimo, a nuestras prisas y en la mayoría de casos a nuestro desprecio y a nuestra falta de atención. Y una lección de la importancia de un gesto tan sencillo, como extender la mano.

Si no me vas a leer no hace falta que te pongas en la lista...

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Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea, es mejor que no pensar....... HIPATIA DE ALEJANDRIA

GRACIAS JOSE ALFONSO

A Ruth Carlino (Viajando al desierto) .6 de Septiembre .Festividad de Ntra. Sra. de las Viñas .

"Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Se paga al nacer, peaje
y todo es peregrinaje,
cada cual con su bagaje
en pos del cierto accidente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Trenet de feria es la vida.
Bien a la vuelta o en la ida,
sobre raíles se olvida
que no es cierto lo aparente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Llega el otro y marcha el uno.
El de acá es más oportunoque el de allá,
no habiendo alguno.
Todo igual es diferente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Quién soy yo; por dónde voy;
cuál será mi destino hoy,
me pregunto, por qué estoy
si al estar, vivo en pendiente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente".

Jose Alfonso.
http://callejadelahoguera.blogspot.com/