Y la alondra entonó su último canto...: LA MAGNA CUESTIÓN (LA LIBRE SEVIDUMBRE...)
Ni que decir tiene que casi me enamoré al instante, primeramente de tus ojos color miel, de tu blanca y franca sonrisa, de tus cabellos castaños, para acabar locamente enamorada del conjunto que le daba una especial armonía a tu ser.
Ruth: 04/08/10
Imagen: Google
Hubo un tiempo en que ese mundo se abrió para mí; su gran portal blanco y luminoso me invitó inocentemente a atravesar el umbral y me dejé absorber por él, me dejé llevar infinitamente, dejé que toda esa fantasía me envolviera por completo hasta que mis pies se despegaron del suelo y volé.................... volé por ese mundo acercándome a sensaciones que jamás había sentido, descubriendo hasta qué punto podía llegar mi locura. En aquella efímera aventura aprendí que jamás uno llega a conocerse a sí mismo del todo o completamente, que siempre somos capaces de asombrarnos a nosotros mismos. Aquellas sensaciones de vértigo hicieron de mí un ser dependiente, completamente abandonado a merced de sueños y fantasías utópicas. Pero llegó el duro momento en que la cruda realidad golpea con fuerza, sentí ese puñetazo en la boca del estómago que hace que se te corte hasta la respiración, que seas incapaz de mantener la verticalidad de tu cuerpo, que acaba derrumbándose con el estoque final: ese puñal clavado en el órgano galopante que daba sentido a cada instante desde el momento en que decidí traspasar la frontera. Y entonces, en aquel mismo instante, todo aquel mundo desapareció dejando solo abismo envuelto en negrura, donde antes había cuadros abstractos destellantes de luces blancas y luminosas ahora sólo quedaba reflejo de sombras en mitad de tinieblas, donde en otro tiempo fugaz había sensaciones dulces e infantiles ahora solo quedaba dolor sumergido en un vago resentimiento, donde había inocencia sólo quedó culpabilidad, donde había una persona ahora había otra distinta, más intensa de lo que jamás había logrado ser, y a la vez, paradójicamente más dueña de sí misma y más libre.
Ahora ese mundo que dejó huellas imborrables y cicatrices medio sanadas, ha vuelto a ponerse ante mí, ha querido sin querer volver a atraparme, aunque más sensato sería decir que yo misma fui quien quiso asomarse de nuevo por una pequeña ventana mágica, pero ni que decir que ese mundo ya no es el mismo. No me perdono la flaqueza ni el error de poner adoquines sin cemento, y aunque no me arrepiento de nada tampoco me perdono nada, absolutamente nada. Aprendí las lecciones duras de la vida en la caída en picado, y aunque no sea el mejor método de aprendizaje debo reconocer que es el más efectivo............................................................
Ruth: 21/7/10
Imagen: Getty Images
Fue aquel mágico momento en que tu respiración acompasada me mostraba el gran misterio que esconde la naturaleza humana, capaz de dar lo mejor de sí en determinados momentos, para formar, crear y dar vida.
Fue el paro del tiempo, el cual congelaste dejando el último grano del reloj de arena suspendido en el aire, para así poder disfrutar de ese instante que la vida me regalaba al rozar con mis dedos tu piel de melocotón.
Eres la luz que alumbra mi vida, la dulzura de mi cansado caminar, la ternura personificada, toda mi felicidad.
La bala salió del casquillo casi sin darme tiempo a reaccionar, a pensar, a actuar, en la escasa porción de segundo en que impactó sobre el pecho de aquel joven soldado Iraquí. Sus ojos marrones oscuros quedaron abiertos como platos sin manjar, implorantes y congelados. Lentamente me fui acercando tardando una eternidad en llegar hasta aquél cuerpo sin vida que yacía tendido en el suelo a escasos metros de mí. Había contemplado casi sin respiración como sus piernas flaqueaban doblándose a la altura de las rodillas y como caía a plomo boca arriba; aquella imagen rápida y fugaz se había quedado congelada en mi mente, y ahora se repetía una y otra vez como ritual incesante proyectado a cámara lenta. Le empujé con la punta de la bota para cerciorarme de que estaba muerto, que ya no quedaba ni un hilo de vida en su cuerpo, pues las instrucciones eran precisas: En caso de no herir de muerte al enemigo, había que ejecutarlo con lo que llamaban "tiro de gracia". Afortunadamente para mí, no tuve que empuñar nuevamente el fusil, mi puntería, escasamente probada no había fallado.
Me quedé mucho tiempo, aunque no supe discernir cuanto fue, contemplando la dantesca escena que se plasmaba ante mis ojos. Jamás había visto un muerto tan de cerca y mucho menos podía haber imaginado nunca ser su ejecutor. La mácula burdeos oscura empapaba ya todo su pecho formando una mancha de extraña textura al contacto con la fibra sintética; de su cabeza, reposada sobre aquella tierra, emanaba un pequeño hilo de sangre que se hacía camino a través de la vegetación silvestre y que amenazaba con llegar hasta mis pies, en una muestra inculpatoria del asesinato cometido. Por un momento sentí caer el peso de todo mi mundo a plomo sobre mí, pensé en esos padres que recibirían la carta que contenía la fatídica noticia de la muerte de su querido hijo, en el desgarro de esa madre al sentir que le arrancan de un plumazo un pedazo de su vida por siempre, algo que jamás volvería a recuperar, en el odio que se engendraría hacia mi persona y en las maldiciones que de su boca saldrían, todas tan justamente merecidas.
Me arrodillo junto a él, tratando de controlar las nauseas que el hedor a sangre me provocan; ante mis ojos fotograma a fotograma va sucediéndose toda la película de mi vida, de esta vida cansada y solitaria, casi sin ética ni moral, donde los escrúpulos fueron cayéndose a lo largo de este incierto caminar que me ha traído hasta aquí, hasta este momento y hasta este lugar. !Cuántos recuerdos se perdieron en el olvido! Cuántas bases y fundamentos fueron zarandeados, hasta convertirme en una especie de monstruo que solo lucha por sobrevivir víctima de sus propias circunstancias. Todo podría haber sido tan, tan diferente; no sé en qué parte del camino quedó aquel futuro prometedor que el Padre Arnetti avistaba para mí, aunque a decir verdad, nunca llegué a creérmelo y es quizás por eso por lo que acabé en el precipicio. Ciertamente he defraudado a muchos, pero lo peor es haberme defraudado a mí mismo.
Pasan los minutos lentamente en su frenética obsesión de componer horas, pero aquí parece que el tiempo no pase, que la agonía se eternice, que el mundo no gire; es como estar preso de un tiempo y de un espacio difícil de discernir, difícil de escapar.
Ahora tengo la necesidad de correr, y corro, corro concentrando todas mis energías en esa acción, la de correr, la de huir de la escena del crimen, tratando de dejar de sentirme como un asesino, en un inútil intento de escapar de esta realidad que me asfixia y que no es ni por asomo la planeada en aquel momento en que empuñaban el sello sobre la fotografía de mi pasaporte.
Exhausto me dejo caer sobre una roca erosionada de carácter latente abandonada a su suerte en este valle silvestre y asalvajado. Soy consciente que desde aquí soy un blanco fácil para el fuego enemigo, que en cualquier momento una bala puede atravesar mi cabeza. El coronel nunca aprobaría esta actitud idiota de ponerse como escudo y diana, pero sinceramente la vida para mí ya perdió casi todo su significado, y tan solo es esa foto que miro cada mañana la que me hace reunir las fuerzas y el coraje mínimos necesarios para seguir adelante en esta infame pesadilla. Observo alrededor, no se ve ni escucha ningún movimiento que haga poner en funcionamiento mi mecanismo interno de defensa; aún así no puedo dejar de estar alerta, en cualquier momento y sin ningún tipo de aviso puede surgir el ataque enemigo. Siento estar en una ruleta rusa con el revólver dando vueltas a la vez que se acciona el gatillo, quizá esta vez me salve, quizá la próxima sea la definitiva. Mientras tanto no dejo de absorber estos rayos de sol que me deslumbran, al igual que lo hicieron aquel día....
Ruth: 15/7/10
Imagen: Getty Images
Cuatro rosas negras sobre tu ataúd barnizado, cuatro lágrimas serenas se depositan en cada una de ellas mientras la suave llovizna enfurece derramando desde lo alto todo un torrente de suspiros amargos. Resbalan recorriendo todo el féretro las gotas, dejando tras de sí regueros que se hacen camino hasta calar tus huesos.
Una fuerza centrífuga parece absorberlo todo; das vueltas a velocidad de vértigo mientras la escena se va haciendo cada vez más pequeña, más diminuta, más lejana en el tiempo y en el espacio. Te desintegras colisionando contra un cosmos que parece haber dejado de estar hecho a tu medida. Sales disparado estallando en mil pedazos, fundiéndote con la lluvia que moja la tierra, que empapa tu rostro, que muere contigo.