Cuando las madrugadas destiñen soledades, suelo sentarme en el resquicio del alba perdiendo mi mirada más allá del horizonte, donde el infinito se desdibuja y los sueños quedan garabateados en un lienzo difuso de colores abstractos. Extiendo la mano, pero mis frágiles dedos no son capaces ni de alcanzar las suaves lágrimas goteantes de ese prisma que una vez hice el centro de mi vida, y que poco a poco fue agotando todas mis energías hasta despojarme de mis vestiduras, que rasgadas caen al suelo mostrándome la desnudez de este corazón desahuciado, que quedó vacío en el mismo instante en que las ilusiones y los sueños dejaron de pertenecerle. Observo distraído el transcurso del tiempo, lo dejo pasar sin más, sin ni siquiera esforzarme en retenerlo, incluso a veces lo empujo, lo empujo con todas mis fuerzas en el nefasto intento de huir de una realidad que no es la que planeé, que ni siquiera es de mi propiedad; una realidad que se viste indiferente, que toma el transcurso del devenir de los años ajena a mis deseos, y a mí voluntad...
Cuando el alba raya el cielo y el rocío inunda mi alma con sus gotas heladas, siento la daga clavarse más hondamente en lo profundo de mi ser; siento las lágrimas brotar y la rabia retorcerse; caen las gotas del lienzo de los sueños sobre mi piel, caen amargamente recordándome que todo se redujo a eso, a simples manchurrones en medio de una vida que empezaba a florecer. Y es solo en esos momentos cuando percibo que sigo teniendo la capacidad de sentir que tantas veces creo haber perdido. Y es en medio de esa vorágine de sentimientos y huracanes, de mares revueltos, de tormentas incesantes, de lucha y desesperación, cuando vuelve la consciencia que me despierta del letargo, de ese extraño adormilamiento al que me entrego, de ese mecerse sobre la hamaca en las tardes de verano, de esa fatídica paz en la que solo dejo mis días pasar.
Cuando amanece, y los primeros rayos del sol ciegan mi rostro, sé que pasó la tormenta y que dejó ante mí los vestigios de una historia difunta, que entierro bajo los cimientos de un cementerio del que trato de huir. Llegó la calma que apacigua, el susurro de la conciencia, la fuerza de voluntad abandonada; volvió para mostrarme un cielo azul inmenso en el que colorear con mis dedos convertidos ahora en pinceles....
Cuando el alba raya el cielo y el rocío inunda mi alma con sus gotas heladas, siento la daga clavarse más hondamente en lo profundo de mi ser; siento las lágrimas brotar y la rabia retorcerse; caen las gotas del lienzo de los sueños sobre mi piel, caen amargamente recordándome que todo se redujo a eso, a simples manchurrones en medio de una vida que empezaba a florecer. Y es solo en esos momentos cuando percibo que sigo teniendo la capacidad de sentir que tantas veces creo haber perdido. Y es en medio de esa vorágine de sentimientos y huracanes, de mares revueltos, de tormentas incesantes, de lucha y desesperación, cuando vuelve la consciencia que me despierta del letargo, de ese extraño adormilamiento al que me entrego, de ese mecerse sobre la hamaca en las tardes de verano, de esa fatídica paz en la que solo dejo mis días pasar.
Cuando amanece, y los primeros rayos del sol ciegan mi rostro, sé que pasó la tormenta y que dejó ante mí los vestigios de una historia difunta, que entierro bajo los cimientos de un cementerio del que trato de huir. Llegó la calma que apacigua, el susurro de la conciencia, la fuerza de voluntad abandonada; volvió para mostrarme un cielo azul inmenso en el que colorear con mis dedos convertidos ahora en pinceles....
Ruth: 30/05/10
Imagen: Getty Images