Es el mundo de las falsedades, hipócrita y cruel, el que me tiende enloquecido sus brazos para transformarme en un ser más, acunándome con viejas canciones de cuna obsoletas, desgastadas por el tiempo, rancias y motónonas. Es ese universo, del decir por decir, del decir por quedar bien, de decir sin decir nada, donde lo dicho se evapora como gas venenoso y mortal, y como niebla asciende hacia un cielo gris, triste y cansado. Me ofreces a cada instante máscaras de todos los colores, disfraces de ensueño y un recopilatorio de frases banales, sin sentido e insignificantes, para que una vez memorizadas las vaya soltando por doquier. Me hablas de mundos perfectos inmersos en ideales de bellos "avatares", de mundos que una vez sumergida en ellos sólo son destellos de miserias contenidas, de "yos" sin sentido, de espectros ambulantes.
Guárdate tus espejismos de días soleados porque a mí me gusta la lluvia, me gustan los charcos, chapotear en ellos hasta calarme las rodillas si es necesario; caer, levantarme, tropezar, volver a caer, hundirme en mis miserias y resurgir como el áve fénix; perderme, buscarme, reencontrarme y abandonarme. Me gustan mis mundos, mis extrañas fantasías, mis cosas raras que jamás lograrás entender.
Disfraza a otros con la sutileza de la hipocresía, a aquellos que tanto les agrada aparentar y alejarse de sí mismos en aras de modernidad, aquellos que ansian parecerse al resto, pero no me vengas con falsas promesas, con ideales ilusorios, con mentiras y engaños para adornar mi vida, porque no pienso sucumbir a tus caprichos, ni pertenecer a un mundo de tantos. No me exijas certificados de humo envueltos en bancos de niebla que sólo hablan de estupideces banales; exíjeme locuras que me hagan tocar el infinito de mis sueños, que me hagan estallar como un volcán en plena erupción, que me hagan sentir el Big-Bang que anucia el orígen de una vida nueva.
Así soy.
Así quiero ser.
Así quiero pertenecer.


La mañana se presentó cálida y apacible, con un cielo azul inmenso que invitaba a salir y pasear perdiéndose en algún lugar recóndito que la naturaleza tejiera para estos días primaverales. El despertador hacía media hora que había sonado con esa dulce melodía que tanto trabajo le había costado bajarse de la red. Asomada a la ventana decidió que hoy no era un buen día para ir a trabajar, sino para disfrutarlo en toda su inmensidad; para perderse, para abandonarse y para reencontrarse. Hacía ya mucho tiempo que no se dejaba llevar por la locura intrínseca que gobernaba su interior, aplacada bajo los signos de normalidad que quería aparentar, esos signos que la agotaban mucho más que ser ella misma, pero sin los cuales se hacía difícil sobrevivir en medio de una vorágine de personas que se limitaban a seguir el patrón de sus vidas cuadriculadas, y que raramente aceptaban aquello que se salía de su norma, marcada de generación en generación, con raíces en la tierra maltrecha, convertida hoy en cemento y hormigón por aquello que llaman civilización.
Pero hoy era un día diferente, la naturaleza la llamaba con sus cantos de sirena atrayéndola hacia viejas experiencias renovadas. Escuchaba con atención el sonido de la brisa suave, el baile de los brotes de las hojas de los árboles de la avenida, el crepitar de sus ramas al enlazarse unas con otras; y quería más, ansiaba más, poder fundirse con la tierra, embriagarse de los aromas que de lejos percibía, huir de aquella monotonía rancia que tanto le alejaba de disfrutar de todo aquello que aquel día le regalaba.
Por primera en vez en mucho tiempo, el uniforme se quedó colgado en el galán de noche; Se puso su jersey preferido, uno rojo de hilo con cuello de cisne y unos vaqueros que aunque viejos y desgastados, eran con los que más a gusto se sentía, cogió la chaqueta y salió de casa sin intención ni rumbo, sus pasos la llevarían hasta el punto donde quería situarse. Una extraña euforia gobernaba su ánimo dibujándole la mejor de sus sonrisas y la más franca.

Pronto llegó hasta aquel bosque que lindaba con algunas huertas de vecinos del pueblo, los cuales la saludaban al pasar pero no sin abandonar aquella expresión entremezclada de rareza y extrañeza al verla por allí. Se adentró un poco más hasta percibir que se encontraba a solas con su soledad compartida con el entorno cada vez más salvaje. Sus ojos despertaron del letargo en el momento en que el esplendor del colorido de las flores recién nacidas le estrecharon entre sus brazos, sus oídos parecieron resucitar cuando escuchó el sonido de la tierra ante sus pisadas, su olfato se estimuló al percibir la exquisita fragancia de la tierra húmeda y de las flores del bosque, su tacto dejó de estar enmudecido al notar la suave y aterciopelada textura de la tierra escurriéndose entre sus dedos, y por último su paladar pareció cobrar vida al saborear las moras silvestres que adornaban aquel paraje.
La mañana transcurrió entre susurros y confidencias, sintiéndose ella misma como jamás había sentido antes, alimentándose de aquellas sensaciones que había dejado olvidadas en el transcurso de los años, y convirtiéndose en niña de nuevo, más niña de lo que había sido en su infancia. Alejada del mundanal ruido tenía la sensación de haber regresado a su hogar, a esa morada que incendiaba su alma.
De regreso a casa, con los bolsillos de la chaqueta repletos de moras, perdida en sus pensamientos, afligida por el hecho de tener que volverse a sumergir en la normalidad de una sociedad poco hecha para ella, siente algo nuevo en su interior, es como si esta vez la propia naturaleza no se quedara en el mismo bosque esperando su regreso, sino que esta vez parece acompañarla, como si parte de aquella estampa formara ahora parte integrante de su ser, como esencia renacida de aquello que un día llevó consigo pero que con los años quedó abandonado en el camino de una vida incierta. Contaminada de nuevo con su veneno particular, nota el corretear de la sangre inyectada en sus venas, con la firme proposición de pintar con él la superficialidad de la normalidad que a menudo le vendían aquellos sofistas traficantes de ideas.






Ruth: 24/2/10


De ocre se tiñe el jardín de mis recuerdos, de un amarillento amarronado que sutil, va cubriendo capa a capa, palmo a palmo cada rincón de este mágico lugar que se dibuja tras esta ventana de viejas bisagras. Las flores parecen resistirse a abandonarme a sabiendas que no habrá fuerza alguna que impida su marcha; las hojas de los árboles van cayendo entregadas a este viento que parece azotarlo todo, hasta mi alma. Ni siquiera recuerdo cuantos años lleva mi osamenta gastada contemplando el paso del tiempo en el jardín de los sueños, aquellos que precipitados, dibujamos creyendo ingenuamente que el mundo estaba a nuestros pies, sin pensar en ese mañana trágico y nostálgico, en que la vida separaría nuestros destinos y me convertiría en un ser de esperanzas tardías, y aún pareciendo imposible, esas esperanzas siguen intactas, esperando cumplir la promesa que te hiciera hace tantísimo tiempo, tanto que ya ni recuerdo, !Hace ya tanto que dejé de contar…!


Te busqué en otra piel, en otro lugar, en otro espacio, te busqué desesperadamente intentando con todas mis fuerzas, que aquellas sensaciones que sólo tú supiste despertar volvieran a aflorar en mí; hasta que un día cansada y agotada abandoné la lucha con la certeza de que nadie, nunca jamás, podría ocupar tu lugar, pero con la esperanza de que mi promesa tendría algún espacio en este tiempo, de que allá en la eternidad nos volveríamos a encontrar. Resignada viví la vida que este mundo me regalaba, construí mi hogar, habité esta casa, jamás puede dejarla, aquí donde tu alma y tu aroma sigue impregnando cada rincón, aquí donde me hiciste tuya por primera vez, y donde a menudo me concedo el capricho de visitar el desván, ahora polvoriento y olvidado, pero donde nuestros cuerpos desnudos siguen fundidos en una sola piel, en un solo ser. Y ahora tras la ventana sigo viendo tus hullas, aquellas pisadas misteriosas que siempre te delataban y me conducían hasta detrás del viejo sauce, donde nuestros besos furtivos escapaban revoloteando a nuestro alrededor, donde tus manos cogían las mías y quedaban atadas con la fuerza de un imán, donde tus brazos me encadenaban como enredaderas que se adhieren a la piel regalándome las más tiernas de las caricias. Aún puedo escuchar como si fuera hoy mismo, aquellos susurros que rompían el aire, tu respiración acompasada, tus dulces gemidos de placer, y sentir la vitalidad de tu joven cuerpo al rozar el mío. Y de tanto recordar consigo ser capaz de pintar la realidad, de transformarla empujando el tiempo con todas mis fuerzas hacia atrás, hacia aquellos días, hacia aquellas horas, donde los instantes se convertían en momentos pletóricos cargados de gotas de felicidad que empapaban nuestros cuerpos, hasta calarlos por completo.
Ruth: 22/02/10


Y aquí estoy, nuevamente solo en este vagón de tren, pero extrañamente acompañado por un cuaderno blanco que sigue sostenido entre mis manos, el cual acaricio dubitativamente mientras una idea queda suspendida en el aire a modo de revelación ecuánime que serenamente va apoderándose de mi mente y volviéndose cada vez más resistente a abandonarme, y es la idea de todos los esfuerzos por olvidar cierto pasado de mi vida, de todo el tiempo perdido en busca de la fórmula selectiva, del bloqueo de etapas, creyendo inocentemente que ello me iba a llevar a la superación de dolores, sufrimientos y traumas que revestían un yo interior que se rebelaba con fuerza contra toda aquella fuerza de destrucción de uno mismo. Pero ahora que el viejo ya no estaba, que las imágenes revividas en escasos instantes me habían llevado de nuevo al punto de partida, que habían desbloqueado por así decirlo todo aquello que ya creía olvidado, ahora me doy cuenta de con qué facilidad un ser extraño había echado abajo todos mis muros construidos a base de años de negación, de luchas bajo la tormenta, de puertas que se habían cerrado protegidas por el miedo, al amparo de falsas seguridades, y de metas utópicas y demasiado ambiciosas, tan idealizadas como inalcanzables, y es por ello que había estado tanto tiempo en aquella cuidad dormida, en aquella aparente calma que me ocultaba el universo entero. Fueron tantas las horas intentando en vano huir de aquel pasado que había olvidado escribir mi presente, mientras vivía de todo aquello que me hacía sufrir.

Ahora mismo, unas ganas irrefrenables de escribir se apoderan de mí, como ser animal de instintos naturales, busco y rebusco, entre mi modesta bolsa de equipaje algo con lo que empezar a rellenar aquel extraño cuaderno, pero desgraciadamente las herramientas anteriores también habían desaparecido, era impensable que yo no hubiera metido ni un mísero bolígrafo en mi bolsa. Por primera vez me levanto de aquel mi asiento, para rebuscar entre todo el vagón, algo con lo que escribir, pero todo absolutamente todo está vacío, neutro, como si el tiempo estuviese detenido, ni un murmullo, ni un eco, ni tan siquiera la mágica voz del silencio que tanto me había acompañado y que había aprendido a descubrir, hasta la soledad me había abandonado.
Desesperado quiero acceder a otros vagones, por primera vez en mucho tiempo tengo la necesidad de vida compartida, de relaciones interpersonales, de esencia comunitaria.

Contrariado compruebo que no hay más vagones, ni siquiera maquinista que haga movilizar a aquel tren, y desespero queriendo encontrar algo o alguien que no acabo de materializar, pero todo a mi alrededor me devuelve el eco de la nada en la que yo me he convertido.

Vuelvo a mi asiento inquieto, pensando en cómo escribir el presente sin tan siquiera una herramienta básica para hacerlo. Intento calmar la voz que susurra en mi interior que ahora grita con más fuerza que nunca, y no es solamente el tiempo perdido en borrar el pasado ajeno al presente, aún me da más pavor descubrir que yo mismo, fui quien desechó ese presente, creyéndome superior a él sin apenas pararme a descubrir lo que me ofrecía. Ahora todo lo mezquino de mi mismo se había apoderado de mí, me hacía ver con mayor claridad, con una objetividad que por primera vez había derrocado a la propia subjetividad, en la cual me había amparado desde siempre.

Y ya no sé si estoy en el punto de partida, en el punto final, o en un punto y aparte, en este viaje inflexivo que me hace enfrentarme a los cimientos que tanto había tratado de ocultar, aquellos que creía superados pero que una vez más golpean mi cuerpo atrofiado, mi alma atormentada, y hacen que comprenda que jamás los traspasé, sólo salté por encima de ellos cayendo en cada salto en un tramo de vida, sin haber construido el anterior. Y es así como mi vida ahora se compone de meras lagunas, de vagos recuerdos que hacen que todo se torne hostil y desagradable, que no me ofrecen ni la mínima sensación de haber hecho algo productivo con todos ellos. Me pregunto cómo pude querer destruir aquellos cimientos, ¿acaso puede un edificio mantenerse en pie sin ellos? Su importancia radica en ser los pilares que sostengan la estructura entera, pero la debilidad o fortaleza de los mismos depende del constructor. Soy yo mismo el que tiene que elegir a partir de esos cimientos cómo concluirá la obra, no es algo que se pueda dejar en manos del azar o terceras personas, es el momento de la acción, mi gran momento. Pero me desaliento al instante de pronunciar aquella frase en mi mente, ¿cómo reescribir nada si no tengo con qué?

Un extraño viento recorre todo el vagón arrancando de mis manos el nuevo cuaderno, escupiéndolo al suelo a varios metros de mí, haciendo que sus hojas revoloteen y que alguna de ellas se desprenda. Ese mismo viento trae hasta mis pies un extraño calendario, el cual recuerdo haber visto colgado en mi habitación, aquella madriguera que habitaba en la Cuidad Dormida. Del almanaque van desprendiéndose todos los meses uno a uno, pasando por años enteros, parece no tener fin, mientras sus hojas van esparciéndose por todo el vagón, algunas en el suelo, otras en los asientos, y una, sólo una, la del día exacto en el que me encuentro queda pegada en la ventanilla junto a mi asiento. Intento resguardarme inútilmente del viento huracanado que azota mi cuerpo, cada vez es más intenso, y poco a poco, como cobrando vida propia va despojándome de mis ropas hasta dejarme completamente desnudo y semiinconsciente.
Ruth: 12/02/10


Miradas entrecortadas, tímidas y silenciosas,
miradas ruborizadas ante el mágico acontecimiento del mirar.
Miradas coquetas, vergonzosas,
miradas de reojo lanzadas por el rabillo lunar.
Miradas, extrañas miradas,
encendidas y apasionadas;
con el brillo de la ilusión y de la esperanza.
Miradas enamoradas,
dirigidas hacia la inmensidad
de un acéano cristalino
navegado entre las aguas saladas;
miradas únicas, indescriptiblemente aterciopeladas
miradas espontáneas hacia el mar,
de unos ojos que devuelven la mirada
con las mismas miradas que le hacen soñar.
Miradas que cruzan continentes,
que se dejan envolver trazando lineas en el firmamento,
que se recrean en el eco de otro mirar
pausado y contingente.
Miradas, muchas miradas de expresión
lanzadas sin previo aviso,
que buscan el reflejo de tus ojos
de tus miradas sin condición.
Miradas compartidas de luchas eternas,
miradas con vida,
miradas que se mecen a orillas
del mar de unos ojos; tus ojos.
Miradas dulces y tiernas,
sensuales y eróticas,
miradas que marcan encuentros,
que se aferran a la vida,
que te hacen sentir en el preciso instante
en que se cruzan esas miradas.
Miradas tuyas,
miradas mías,
MIRADAS DE DOS.
Ruth: 07/02/10







El anciano encorvado que me había sobresaltado segundos antes, tomaba asiento frente a mí colocando su rudimentaria vara de caña que utilizaba a modo de bastón, a mi vera. Lo miré desconcertado, pues no esperaba que nadie acompañase mi viaje. Aquel ser peculiar y extraño me inquietaba sobremanera, más aún que los acompañantes cadavéricos, y a la vez, me producía una curiosidad innata y una sed de saber quién era y qué estaba haciendo allí. Miré alrededor y el vagón seguía completamente vacío, y me preguntaba por qué se había sentado frente a mí, quizá sólo buscaba compañía en un viaje tan incierto como el mío. Su rostro pálido mostraba el paso de los años y lo reflejaba en aquellas arrugas en la comisura de los labios y alrededor de sus ojos, y por un instante deseé que la finalidad de su viaje no fuera la misma que yo perseguía, pues iba a llegar demasiado tarde a conquistar sus sueños.

Su mirada buscó el reflejo de la mía, mis ojos se posaron en los suyos que eran grises como el acero, y en ese instante en el que nuestras miradas se sostuvieron vi pasar por sus ojos la película de mi vida, un tumulto de recuerdos que creía olvidados, momentos felices y amargos que ahora pasaban vertiginosamente en el abismo en el que se habían convertido sus ojos. Un sudor frío empezó a recorrerme la espina dorsal mientras se me aceleraba el pulso y el caballo desbocado empezaba a cabalgar frenéticamente en mi pecho.

Por fin la película de imágenes dejó de sucederse mostrando el vagón vacío y a mí en su interior, se detuvo sin tan siquiera mostrarme algo de lo que iba a ocurrir de ahí en adelante. El anciano me sonrío y de su bolsa de equipaje sacó una especie de librito totalmente en blanco en cuyas tapas podía leerse "Cuaderno de Vida", mientras extendía la mano hacia mi "Cuaderno de Viaje", aquel cuaderno lleno de soledades y frustraciones, sobre el que tantas veces había vomitado en forma de tinta, en mis largas horas en la Cuidad Dormida. No tenía intención de dejárselo leer a nadie, pero aquel ser movía mi voluntad que ya parecía a su merced, y se lo extendí. Él ni siquiera lo abrió, se limitó a guardarlo en su bolsa mientras junto a mí depositaba aquel nuevo cuaderno que había sacado momentos antes. Yo quise gritarle !No!, pero la voz no ascendió por mis cuerdas vocales, ni siquiera en forma de susurro podía hablar, quedé mudo e inmóvil ante aquella presencia.
En anciano se levantó y prosiguió su marcha hacia otro vagón, dejándome aquel extraño cuaderno totalmente inmaculado, en el que tan sólo podía leerse en el reverso la palabra "Ιωάννην" en griego, de la cual no sabía ni su significado.

Mudo y absorto quedé en mi asiento, las palabras se habían evaporado, las imágenes vislumbradas momentos antes seguían reverberando en mi mente como ecos de un pasado que jamás podré borrar por muchos intentos que haga, el cuaderno seguía sostenido entre mis manos, mientras un tenue idea recorría mi mente a modo de estrella fugaz, "Reescribir el Presente".............
Ruth: 02/02/10

Si no me vas a leer no hace falta que te pongas en la lista...

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Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea, es mejor que no pensar....... HIPATIA DE ALEJANDRIA

GRACIAS JOSE ALFONSO

A Ruth Carlino (Viajando al desierto) .6 de Septiembre .Festividad de Ntra. Sra. de las Viñas .

"Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Se paga al nacer, peaje
y todo es peregrinaje,
cada cual con su bagaje
en pos del cierto accidente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Trenet de feria es la vida.
Bien a la vuelta o en la ida,
sobre raíles se olvida
que no es cierto lo aparente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Llega el otro y marcha el uno.
El de acá es más oportunoque el de allá,
no habiendo alguno.
Todo igual es diferente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Quién soy yo; por dónde voy;
cuál será mi destino hoy,
me pregunto, por qué estoy
si al estar, vivo en pendiente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente".

Jose Alfonso.
http://callejadelahoguera.blogspot.com/