Ante mí la distorsionada encrucijada que la vida me pone por delante, luminosa y errante me muestra caminos difíciles de vislumbrar, eternos vaivenes de vida aún por descubrir. Aunque hace ya tiempo que podía visualizarla al final de este extraño camino, aún así, seguía avanzando; es por ello que ahora no me sorprenda tanto al verme envuelta en la esfera de estos caminos. Pero lo que realmente me asusta, no es la elección del camino por el que deba seguir, sino más bien la extraña sensación de que sean caminos sin retorno. Me gustaría poder equivocarme, transitar un tiempo, replantear el camino y volver sobre mis pasos si fuese necesario; sobre todo si tomo el camino que ahora mismo se me antoja más fácil, cómodo y llevadero. Me gustaría que al volver la vista atrás, ese camino transitado siguiera estando ahí de algún modo; que sieguiese siendo transitble en ambos sentidos, pero aún así siguen antojándoseme caminos sin retorno, caminos que me conducen a una nueva dimensión de la vida, caminos que aún asfaltados pronto se convertiran en tierra salvaje, asilvestrados y desérticos. Quizá lo más sensato sería andar en linea recta, pero ¿acaso el ser humano sabe hacer eso?, ¿es el propio camino el que se revuelve, o somos nosotros los incapaces de transitarlo rectamente? ¿Acaso no somos nosotros mismos los forjadores de nuestro propio camino?, ¿es la propia vida la que nos pone las curvas, o nostros los que las dibujamos?





El hombre de la esquina seguía allí un día más, y ya iban quince días, pensaba para sus adentros Emilio, que a sus doce años observaba con asombro todo cuanto le rodeaba. Se preguntaba qué hacía allí, por qué no iba a trabajar al igual que todos los adultos del barrio, se preguntaba también de donde había venido, dónde vivía, por qué se pasaba las horas sentado apoyado sobre aquel viejo sauce, y sobre todo, por qué nadie reparaba en su presencia.
Aquella mañana de sábado sin obligaciones escolares se le antojó propicia para intentar un acercamiento con el “extraño hombre” al cual llevaba llamando así desde que le vio por primera vez ya que desconocía su nombre. A medida que se acercaba notaba que había algo en aquella figura masculina que le imponía, pero sin embargo no sentía miedo, aquel hombre no le asustaba, más bien le conmovía. Al acercarse más descubrió aquellas pequeñas arrugas que se acumulaban en los ojos y en la comisura de los labios, dándole un rostro de ancianidad que asombró a Emilio, pues lo intuía mucho más joven.

Un tímido ¿hola? titubeante salió de la boca de Emilio, el cual no obtuvo ninguna respuesta por parte del hombre misterioso. De repente algo llamó sorprendentemente la atención del niño, una caja de madera chiquita apoyada en el tronco del sauce. Un deseo irrefrenable le movía a abrirla, una extraña fuerza de atracción se apoderó de él, necesitaba abrir aquella caja, algo desde su interior le llamaba con fuerza. Entonces el hombre levantó la vista clavando su mirada azul de acero sobre la de Emilio.


- Ten cuidado con lo que haces, la última vez que un renacuajo la abrió terminamos en la prehistoria, cazando jabalíes con una lanza. –dijo el hombre de forma contundente pero sin hacer nada por evitar que el niño se acercara a aquella mágica caja.
Por supuesto la advertencia llegó demasiado tarde, porque antes de que hubiera pronunciado la última palabra, la caja ya se hallaba abierta de par en par; y de ella se desprendían rayos luminosos que centelleaban por todas partes.

- Vuelta a empezar, ¡es que uno no se puede tomar ni unas pequeñas vacaciones! –dijo el hombre con resignación; y sin embargo Emilio pudo ver en los ojos del anciano brillos de entusiasmo e ilusión ante un nuevo viaje, el cual él mismo también ardía en deseos de emprender.


- ¡Agárrate fuerte! –gritaba en anciano.


- ¿De dónde me agarro? – preguntaba Emilio el cual no veía sitio donde agarrarse.


- Pues al tronco del sauce. –le explicaba el anciano mientras la superficie empezaba ya a temblar.


- ¿A dónde vamos? –preguntó intrigado Emilio.

- Pues tú sabrás. Al lugar de tus sueños. –respondió el anciano.


De repente todo el barrio había tomado una nueva dimensión, un extraño color ocre; las calles habían dejado de estar asfaltadas para convertirse en caminos terrosos con algunas piedras. El anciano agarró fuertemente al niño de la mano y ambos se dirigieron a lo que parecía un mercado, eso sí, no era un mercado cualquiera, sino un mercado medieval. Al grito de ¡Agua Va!, ambos dos intentaban avanzar sorteando el agua que las mujeres de la casa arrojaban por las ventanas. Se adentraron en el mercadillo mezclándose con la gente del lugar, mientras Emilio se miraba así mismo vestido con aquellos pantalones cortos color marrón que se le antojaban muy ridículos; sobre sus hombros lucía un chaleco a juego con los pantalones junto con una camisa gris. Pero lo que más le impresionaban eran aquellos mocasines puntiagudos con los que tanto le costaba caminar.
Emilio estaba eufórico, miraba alrededor con esos ojos que envuelven la sorpresa de la novedad, que descifraban aquello con lo que siempre había soñado, y que sólo había podido acceder a través de los libros de la biblioteca de su abuelo.
El ajetreo de los caballos que cruzaban las callejuelas, los puestos de venta de comida y artesanía, las águilas que surcaban el cielo y hasta una hechicera que decía adivinar el futuro, junto con un joven ladronzuelo huyendo con un queso bajo el brazo, completaban aquella pintoresca estampa.


- A todos los señores de la villa, se les comunica que se anda buscando por casas y rincones, al joven caballero portador de sueños. El Señor Marqués junto con sus lacayos acudirá hoy al mercado, pues cuentan los rumores de la corte, que el joven Sir Surik se halla por estas tierras huyendo de su deber y responsabilidad de guiar a las gentes hacia sus bellos sueños e ideales. -dijo el pregonero.


- Mi señor, ciertamente dicho caballero se anda por aquí, hasta mí llegó su perfume de sueños encantados. Sería menester preguntarle a la hechicera, pues ella con su magnífica intuición ha ayudado en otras ocasiones a vislumbrar caminos que se antojaban oscuros. –habló el quesero.


- El joven sir Suri, anda de la mano de un anciano, lo vi pasar hace ya un rato. –sentenció la hechicera.

La búsqueda no costó mucho, y en un instante el anciano y el niño se vieron rodeados por todo un tropel de gente que aclamaba: ¡Sir Surik, Sir Surik! ¡Es él, es él!
Un carruaje se detuvo ante ellos, y el Señor Marqués acompañado del Caballero de la Luz descendió salvando los escalones que le separaban del suelo. Pronto una espada se deslizaba suavemente por el hombro derecho de Emilio al cual el anciano había obligado a hincar una rodilla en el suelo.



- Mi querido Caballero, yo le declaro Sir Surik, portador de todos los sueños del reino, hacedor de magias, reclutador de nostalgias y melancolías; y en definitiva, repartidor de felicidad de todos los habitantes de estas tierras. Ahora debe cargar con su legado del cual ya no puede huir, y sembrar las semillas que se depositan en su interior allá donde sus pasos le conduzcan, en estos tiempos y en tiempos futuros, en esta vida y en vidas venideras.

El suave aleteo de una mariposa azul sobre su rostro, despertó a Emilio, o sir Surik, del letargo al que se había entregado junto al tronco de un sauce. Volvía así a su “mundo normal”, pero junto a él una caja de madera, que al abrirla sorprendía con un mensaje envuelto en pergamino, en el que se leía: Sir Surik, en esta vida y en vidas venideras.

(Foto de mi amigo Juancho)

Esta foto tomada en un parque de Luxemburgo, me invita a sentarme en uno de sus bancos, a dejarme llevar por la sutilidad del otoño que rezagadamente se va haciendo presente día tras día, acercándose tímidamente a la puerta de un invierno siempre tardío. Puedo ver los rayos luminosos del sol al abrirse paso entre el ramaje de los árboles centenarios que poco a poco se dejan vencer por su calidez; esos mismos rayos que a simple vista quizá no sean tan perceptibles son captados por la lente, retenidos en el tiempo para volverse inmortales a nuestros ojos, para traspasarnos y dibujar sobre el suelo terroso la mágica luz que desprenden las sombras distorsionadas, reflejos de algo que late y vive, de algo que está ahí. La sombra que anda detrás de ti, es la reseña que te da la luz, la mágica sentencia de que exites.
Sentada en uno de sus bancos, es fácil dejarse llevar, divagar observando este paisaje concreto, observar con esos ojos que envuelven la novedad y la sorpresa de que siempre hay algo maravilloso por descubrir en lugares sencillos, discretos, donde el recogimiento llama a la puerta de un corazón que sigue latiendo a cada instante, donde la suave brisa te hace estremecer, donde te sientes abrazada por este parque en absoluta calma, y te embriaga esa tranquilidad que a veces tanto necesitamos y somos incapaces de conquistar.
Quisiera quedarme aquí aún a sabiendas de que no es posible, de que la vida sigue su curso y de que uno no se puede recrear eternamente en un oasis, aún así, esta instantanea sigue cautivándome por su belleza sencilla, por los sentimientos que hace aflorar en mí, por trasportarme a un recuerdo imaginario que puedo sentir como inunda todo mi ser, como hace que afluyan torrentes de agua que al ser liberados, van en busca de su mar de agua salada sacudiendo las fibras más sensibles de un cuerpo, que a pesar de todo, sigue latiendo, respirando, observando, o dicho más sencillamente viviendo.

Aquí dejo este candil, para mi amigo Daniel, para que vea la luz en medio de la oscuridad, para que el túnel quede alumbrado aunque sea tímidamente, y encuentre el camino de la esperanza y pueda transitar tranquilamente por él. Para que no se deje vencer por el desánimo, ni abrazar por la soledad; para que abra bien los ojos y vea todo lo bonito de la vida que le está aguardando. Para que se levante del suelo y resurja de entre sus cenizas cuan áve fénix, alumbrando al mundo con su creatividad, su espontaneidad y sinceridad.
Lo hago extensible a Brisa y a Jose, que también andan un poco perdidos en medio del túnel. Yo ya tomé el mío, así que coged vuestro candil y empezar a caminar, porque la luz siempre conduce a la luz, y esa luz nos está esperando a todos, no para alumbranos sólamente, sino también para deslumbrarnos y maravillarnos.


Ante mí, la interminable escalera de Pessoa, con sus peldaños grandes, inestable y crujiente, con su incomoda barandilla floja que hace mecer la estructura entera. Intento mantener el equilibrio, pero termino subiendo casi a gatas; me fallan las fuerzas, me acurruco casi en cada escalón tiritando de frío, de ese frío interno que cala los huesos; inevitables sollozos de alma atormentada, en cunetas que se pierden en una vida sin valles frondosos.

Sólo poseo un cuaderno de viaje, lleno de anotaciones de soledades y tristezas. No me atrevo a mirarlo, pues los recuerdos duelen y hacen que todas aquellas sensaciones recorran mi cuerpo mientras una lágrima evaporada pende de un hilo, de ese hilo de la sensibilidad que aflora por instantes saliendo a la luz de un mundo que se tercia oscuro, rodeado de tinieblas, inerte en mitad de horas muertas.

El vuelo de una mariposa negra aleteando cerca de mí me recuerda que de algún modo algo sigue vivo, que aún hay vida en mitad del caos en el que se desenvuelve la locura que me hace girar sobre mí misma, como el mundo gira día tras día, y los suspiros arrancados del fondo del alma vuelan deslizándose por la estructura metálica del esqueleto de la escalera por la cual navego con o sin rumbo, perdida a la deriva entre crujidos y telas de arañas, cuyas propietarias ya hace tiempo abandonaron sus telares en busca de lugar más seguro.

Peldaño a peldaño siguen pasando los segundos vacíos y ausentes de recuerdos poseidos por fantasmas del presente y del pasado, del todo y de la nada que se postra ante los rellanos de esta interminable escalera que me conduce hacia dios sabe donde..............

"Ella le dijo:
- Quédate quince minutos más, por favor.
Y él le respondió:
- Lo siento tengo que ir a poner gasolina al coche"

Quizás esta conversación íntima entre F y L no debía haberla escuchado, pero la casualidad o causalidad hizo que hasta mis oídos llegasen aquellas palabras que envolvían la estancia en la que los tres nos encontrábamos. Me quedé mirando como se despedían de aquella forma tan fría, pero mis ojos pronto dejaron de mirar aquellas figuras humanas, y aunque siguieran clavados en ese instante, en esas presencias, mi mente ya divagaba a miles de km de allí, sumergida en mis propios pensamientos, y en las muchas veces que quizá yo, actué del mismo modo.

A veces somos tan necios de dar tanta importancia a cosas intrascendentes y triviales que somos incapaces de ver más allá de nuestras propias narices, de pensar en la otra persona que tenemos enfrente, de preguntarnos por qué reclama nuestra presencia; nuestra atención.

Yo que conozco muy bien a L y creo que también a F aunque ya empiezo a perder ciertas seguridades, sé que ella necesitaba esos quince minutos. A veces adquiere actitudes infantiles, pidiendo tonterías sólo por asegurarse que los que la rodeamos estaremos ahí; es su forma de reafirmar que cuando nos necesite de verdad también estaremos, pero esto último no se lo puede asegurar nadie ni quedándose quince minutos más. Quizá esta vez era diferente, porque en los últimos días ella se había abandonado a una especie de ausencia hacia todo y a todos, con un alo de tristeza impregnada en su rostro, quizá ella necesitara desesperadamente una mano amiga, pero fue a recurrir a alguien que necesitaba gasolina.

A veces, pequeñas conversaciones me infunden grandes reflexiones; cuánto tiempo invertimos en sentirnos importantes y ni siquiera se nos pasa por la cabeza hacer sentir importante al prójimo. Cuántas veces hablamos y hablamos, contamos nuestras mil peripecias, y somos incapaces de escuchar al otro, de preguntárle cómo estás, o qué te pasa; estamos tan inmersos en nuestras individualidades que carecemos de los recursos necesarios para percibir a los demás sin necesidad de que nos digan que están bien o mal.

La paradoja de todo esto es que seguramente si LD, CL, Jy, S, A, o cualquiera de ellos hubiese llamado a F, él hubiese parado el tiempo para escuchárles, creyendo que era su obligación, pero con L no pasaba igual, ella no formaba parte del trabajo. Paradójicamente siempre prestamos más atención a los de fuera que a los de dentro. Y tantísimas veces nos perdemos en la efímera e inalcanzable felicidad propia, que no nos damos cuenta, que con gestos sencillos podemos hacer felices a los demás, ayudarles a alcanzar su efímera e inalcanzable felicidad. Realmente pienso que es muy difícil hacerse con la felicidad por cuenta propia, que la única forma de alcanzarla es haciéndonos felices los unos a los otros, porque es mucho más fácil hacer sonreír a la otra persona que hacerse sonreír a uno mismo.

Seguramente a L ya ni le importen los quince minutos, ni siquiera piense en ellos, o sí; pero sé que acabara dándole menos importancia que yo que soy la que menos viene al caso; y aunque sumergida en mis propias paranoias seguiré pensando que merecía la pena quedarse quince minutos y correr un poco más después, si con ello otra persona se sentía feliz por quince minutos; al fin y al cabo nos pasamos la vida corriendo, se hubieran podido recuperar esos quince minutos, de eso estoy segura, tan sólo eran quince minutos. Y ahora, mientras resuena en mi mente aquella vieja canción de Rossana (yo pa ti no estoy), sigo sumergida en los pensamientos de mis propias letras.


Quiero que me acompañes en esta noche tranquila y apacible de desierto; nos sentaremos sobre la Duna Mayor, observando el lejano horizonte, allá donde se pierde la vista bajo el inmenso cielo, allá donde las estrellas fugaces corretean, se persiguen unas a otras, desenvuelven mágicos juegos; allá donde se desdibuja la linea que separa el firmamento de la arena blanca. Quiero que me acompañes sin más pretensión que compartir nuestro tiempo en este preciso momento en el que el reloj parece girar en sentido contrario, ahora que las horas parecen descolgarse descaradamente cayendo una tras otra hasta formar tan sólo una arimaña de números inconexos a nuestros pies. Quiero que me acompañes, a sabiendas que no puedo retenerte, que tus alas siempre volarán más alto que las mías, que tus sueños siempre andarán más allá en el tiempo y en el espacio y que surcaras distintos cielos a los míos. Quizás el cielo siempre es el mismo, pero con diferente tonalidad.

Y tú, que a veces eres yo, despiertas a otra realidad mucho mayor para la que pensaste fuiste creada, y miras el mundo con ojos nuevos y una perspectiva que jamás hubieses imaginado. Y nos enfadamos, sí tú y yo; porque yo quiero retenerte, quiero aferrarme a lo cotidiano a lo conocido, y me asusta sobremanera eso nuevo que tu percibes, que describes con tu mirada, que ansías mientras reparas tus alas rotas para emprender nuevamente el vuelo, para escapar del "yo" encarcelado, para surcar nuevos y más interesantes desiertos.

Pero esta noche quiero que me acompañes, que te quedes, que te reconcilies conmigo o contigo, porque es de noche, porque hace frío, y porque te necesito, al fin y al cabo tú y yo siempre fuimos una, y quizá nunca dejemos de serlo.

Mis queridos amigos, tengo que pediros un favor. Necesito saber si veis bien la columna de la derecha donde están los seguidores, las imágenes, el poema, etc. Via e-mail me comentan que esa columna está caída, pero yo desde mi ordenador la veo perfectamente.

Gracias a todos.


Podría ser esta plaza de Segovia, junto al acueducto, aquella en la que cogiste mi mano, en que arqueaste las cejas, en que deslizaste tu brazo para rodear mi cintura. Podría ser fácilmente éste, el decorado en que me besaste por primera vez lanzándome de cabeza y sin salvavidas a ese mar de sentimientos y emociones, de deseos, de locura casi invisible por el que navego desde entonces.
Digo podría, porque bien sabemos que exactamente no era así, ni ese punto nuestro lugar ni tan siquiera nuestro momento; pero bien poco importa el escenario exterior cuando una emoción o un sentimiento hacen que todo alrededor se pinte de forma diferente y se ilumine como esa plaza al atardecer. Aún siento aquellas tímidas y frágiles gotas de lluvia mojando nuestros rostros mientras era arrastrada por el mar de tu boca, mientras nuestros dedos jugueteaban entrelazados en medio de la nada o del todo, mientras tus brazos protectores contenían mi respiración y mi cuerpo se delizaba por el tuyo, desafiando las leyes de la Matemática al corroborar de forma inaudita que uno más uno sólo producían un uno mayor, distanciado de un dos estático y carente de dinamismo, que era el resultado de nuestros cuerpos separados.
Hubo etapas en las que creí ahogarme y perecer en medio de ese inmenso mar de sentimientos y emociones, desconocido hasta aquel instante para mí; pero entonces tú te convertiste en el mayor salvavidas para dar sentido y significado a ese beso, en aquella plaza al caer la tarde.
Han pasado cincuenta años, y el ocaso de nuestras vidas, más cerca que lejos, nos marca la pauta del camino a seguir, entre callejas que se pierden por ese acueducto que contiene la esencia de nuestra vida, de nuestras idas y venidas, de nuestros encuentros y desencuentros, de nuestras certezas e incertidumbres. Cojo tu mano como aquella primera vez y seguimos el camino, este camino que nos lleva por la senda segura de nuestro corazón; atrás quedaron aquellos intentos locos por buscar otras formas y otros cuerpos en los que sólo conseguimos la certeza de que estábamos hechos el uno para el otro.


Mis queridos amigos, como veis el desierto toma una nueva apariencia e imagen, que con tanta arena esto ya necesitaba una reforma. Espero que os guste este nuevo envoltorio menos sencillo y más sofisticado. Pasad y acomodaos, he reservado una duna para cada uno de vosotros.


Gracias Leinad por ayudarme con las reformas.



Ante mis ojos, aquella mesa ovalada que durante tanto tiempo había estado olvidada en un oscuro rincón bajo la escalera de caracol, recubierta con su inconfundible manto espeso y polvoriento. Ahora aquellos días de antigua mesa habían pasado desde que el sospechador de rumbos, viejo artesano velense, había reparado en ella. Durante varios días lo vi con su mirada fija en aquel oscuro rincón, como sospechando tímidamente la posibilidad de devolverle la vida a aqulla mesa, que durante mi niñez había sido tan solo un trasto con el que jugar.

Ahora esa misma mesa, completamente restaurada se alzaba ante mis ojos incrédulos, mostrándome parte de su vida anterior a la que yo concía. Me hablaba de aquella época dorada en que había presidido el centro de un bello salón burgués tantos años antes.

Durante largas tardes había observado al artesano amar, mimar, dialogar, con aquella mesa; la había despojado de todo su sucio ropaje, la había contemplado delaitadamente, desnudándola hasta llegar a su parte más intima donde mostraba rasguños y heridas, marcas del paso del tiempo sobre su superficie. Con esmera paciencia había lijado toda su piel, había reparado cada una de sus fisuras, había encolado nuevamente sus puntos de apoyo, y poco a poco, aquella mesa que en pocos días había languidecido por completo, volvió a vestirse con aquel suave barniz que le daba una presencia señorial a toda la estancia. La mesa era capaz de alumbrar y dar nueva vida a aquella casa; y ahora era fácil imaginar su entorno natural, las ostentonsas cenas de gala en las que había estado, las largas noches de fiesta que había presenciado, los cócteles en los que se había perdido hasta altas horas de la madrugada; incluso podían escucharse las risas, la música, las conversaciones a media voz, los murmullos y las confidencias, con tan solo acercar el oído a la brillante superficie lisa que llamaba con fuerza.

Hoy es la propia luna mi acompañante en el paseo nocturno que emprendo cada anochecer, cuando el sol duerme y las horas parecen languidecer escurriéndose entre la vegetación de este bosque al que acostumbro a transitar en horas como esta. Pausadamente se aleja en barullo del día; débilmente a lo lejos aquellos gritos se fueron apagando en tímidos susurros y la soledad llama con su disfraz de tranquilidad en la cual me acurruco, me envuelvo y me abandono dejándome invadir por esta agradable sensación de pasear a la luz de la luna llena. Mágico contraste el de mi azul del cielo alumbrado por esa inmesa luna cuyos destellos me hacen sentir partícipe de un mundo inmeso, con su millón de peculiaridades, de formas de ser, de personas que como yo se dejan llevar por sensaciones y sentimientos propios y ajenos. Mágico sonido el crepitar de la hierba a mis pies, el vuelo de las aves nocturnas, la presencia del viejo árbol que una vez más, se despoja de su vestimenta para mostrarme su desnudez, su interior, su esencia.
Y aquí en este punto del día, las cosas se ven con mayor claridad, no hay miedos ni dudas, no hay disfraces ni máscaras, el alma al igual que el viejo árbol queda desnuda, trasparente y en ella puedes ver claramente tu propio reflejo, y discernir que hay de ti al acabar el día, que clase de ser habita en tu propio cuerpo, cuánto avanzas en tus sueños o cuanto retrocedes, sin metiras y sin tapujos; no hay nadie a quien engañar cuando cae la noche y te refugias en este bosque, salvo a ti misma si prefieres hacerlo, pero aún así no sirve de nada, porque ante tu propia desnudez no hay donde esconderse.
Paseos diarios, unos más largos, otros más cortos, pero paseos importantes de los cuales rescatar esa fortaleza que anida en tu interior y que es el motor para emprender cada nuevo día.

Te traje hasta aquí, hasta el umbral de mis sueños y fantasías, para mostrarte, para mostrarme, ese cielo mágico y espectacular que pinta el lienzo en el que vamos delineando nuestra propia vida y que queda grabado en algún lugar de este recóndito planeta como testimonio de nuestra existencia. Te traigo de la mano, te muestro mis estrellas favoritas, las luces centelleantes que recorren mi firmamento, los astros que mágicamente bailan para deleite de nuestras miradas emocionadas, que hacen recobrar la ilusión por los sueños perdidos. Cojo tu mano notando tu presencia, sabiendo que estás aquí acompañando mis pasos perdidos, siguiendo las huellas que nos llevan a este espacio pintado de colores que recreé para perderme, para perdernos.
Te muestro todo lo que soy en medio de esta enormidad que me hace sentir una minúscula partícula esencial en medio de todo este universo, que con su dulce movimiento hace que nuestra vida recobre el sentido. Te miro agradecida por haber tenido la osadía de llegar hasta aquí, hasta este umbral que separa la realidad de la fantasía con la que envuelvo todos los regalos que deposité para ti.
Te señalo el sendero por el que seguir vagando en nuestro dulce viaje, y pronto notamos como nuestros pies se elevan del suelo dejando atrás el viejo árbol que agitando sus hojas nos despide. Sabes que solo tienes que dejarte llevar para traspasar la frontera que separa tu realidad de mi fantasía.
¿Me sigues?..............


Los comienzos del Siglo XX trajeron consigo, entre otras cosas, la duda acerca de la validez de los sistemas de valores dominantes; cambios en los significados y, en definitiva, cambios en la concepción del mundo en general; no iba a ser menos en el Arte. En este ámbito se desafiaron los cánones del pasado. En palabras de N. Stangos, “El cuestionamiento y rechazo del pasado equivalieron a una verdadera revolución militante, que se expresó de manera conveniente en su caracterización como Vanguardias". Se produjo una explosión liberadora contra todo lo que suponía opresión y jerarquías establecidas.
Los movimientos artísticos estuvieron muy programados desde los comienzos, hasta se acompañaron de declaraciones, manifiestos, etc. Desde entonces ya nada sería igual.
Aquí tenéis una obra de el primer movimiento vanguardista, el Fauvismo. Esta es una obra de su partera, Henri Matisse. Su título: La alegría de vivir.
Hablaremos más acerca de Matisse y sus colegas fauvistas.

Gracias Juancho, por ser mi colaborador en esta entrada.

Si no me vas a leer no hace falta que te pongas en la lista...

Datos personales

Mi foto
Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea, es mejor que no pensar....... HIPATIA DE ALEJANDRIA

GRACIAS JOSE ALFONSO

A Ruth Carlino (Viajando al desierto) .6 de Septiembre .Festividad de Ntra. Sra. de las Viñas .

"Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Se paga al nacer, peaje
y todo es peregrinaje,
cada cual con su bagaje
en pos del cierto accidente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Trenet de feria es la vida.
Bien a la vuelta o en la ida,
sobre raíles se olvida
que no es cierto lo aparente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Llega el otro y marcha el uno.
El de acá es más oportunoque el de allá,
no habiendo alguno.
Todo igual es diferente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente.

Quién soy yo; por dónde voy;
cuál será mi destino hoy,
me pregunto, por qué estoy
si al estar, vivo en pendiente.

Percibo que, de repente,
conmigo viaja la gente".

Jose Alfonso.
http://callejadelahoguera.blogspot.com/